domingo, 1 de noviembre de 2015
El móvil ¿una droga?
Hace unos meses tuve la suerte de asistir a una charla del abogado y escritor Emilio Calatayud, que resulta ser el juez de menores en España con más años en el cargo. El letrado se ha convertido además, en una relevante figura mediática gracias a sus sentencias ejemplares y también a Internet, que ha posibilitado que los videos de sus conferencias se compartan de forma habitual en las Redes Sociales.
Durante la charla, así como se puede escuchar en algunos de los vídeos que circulan por la red o leyendo el propio blog del letrado, se transmiten interesantes e impresionantes experiencias de su ardua labor profesional como aquella en la que afirma que cuando "encierras a un menor con 16 años que se cree muy duro y que a lo mejor hasta ha cometido un delito de adulto y en la soledad de la noche y de su celda solo oyes el llanto de un niño".
La participación, a título personal, me resultó muy instructiva y entretenida. Su conocimiento sobre las controversias en la Ley del Menor da la impresión de haber sido curtido en su dilatada y destacada carrera profesional.
Afirmaba también el ponente, que algunas de sus opiniones sobre educación, así como aquellas que comparte en los medios de comunicación, son formadas en base a su experiencia y desde una punto de vista personal, puntualizando además, que en ningún caso pretende suplantar las funciones o recomendaciones de los y las profesionales de la educación, aunque finalmente esto no acabe de ser así del todo, debido a que una buena parte de su labor divulgativa acaba por encontrarse justo en el ámbito educativo.
El objetivo de este artículo es ofrecer una perspectiva diferente a un tema, y solo a este, al que se recurre con bastante frecuencia, el uso de las TIC por los/las menores.
¿Una droga?
Entre las sentencias más contundentes del Juez encontramos algunas como: “las nuevas tecnologías son ya una droga” y se debería proteger al menor de los móviles igual que se hace del alcohol u otro tipo de sustancias.
Ante este comentario cualquier tutor, padre o madre en su sano juicio no dudaría ni un instante en retirar y prohibir a los menores cualquier acceso a dispositivos electrónicos por entender que son, en sí mismo, una peligrosa adicción y lo mantendrían alejados de ellos hasta que consideraran que tuvieran la edad suficiente para hacer un uso adecuado y responsable.
Realmente, pretender privar a una parte importante del futuro de la sociedad de la tecnología significa alejarse bastante de la realidad tal y como hoy la conocemos, ya que las Tecnologías de la Información y la Comunicación se han convertido en herramientas indispensables para la comunicación, el conocimiento, el aprendizaje, el ocio o incluso el trabajo.
Enfrentarse a las TIC, parece un intento de devolver las cosas justo al momento en que los adultos aún podíamos gestionar en gran medida la mayor parte del aprendizaje del niño o niña, que en la actualidad en muchos casos ya no necesita preguntarnos el ‘qué’ o el ‘por qué’ de las cosas, aspecto que es normal que nos ponga bastante nerviosos.
Los smartphones, o las tablets, son de uso cotidiano en nuestra actividad diaria y lejos de ser comparados con una droga, habría que valorar que si no son más peligrosos que un martillo o una botella de cristal, ya que cuando muchas veces se habla del smartphone, se está más cerca de referirse a ciertos contenidos que al continente. Es decir, el dispositivo electrónico es un recurso con múltiples objetivos y la mayoría son positivos.
Un smartphone no ha de ser considerado como una herramienta fabricada para complicarnos la vida, sino como una que ha mejorado nuestras comunicaciones, las fuentes de información, la sanidad, la educación o el acceso a la cultura entre otros. Es cierto que ha traído consigo las “amenazas, coacciones, chantajes, los contenidos sexuales o los delitos contra la intimidad” a los que a menudo se alude, pero estas circunstancias ya existían en nuestra sociedad antes de la aparición de la tecnología digital y tampoco desaparecerían sin la misma. Y sí, se ha de reconocer que ha permitido la amplificación de las conductas nocivas pero también ha hecho más accesible la información, las circunstancias y el conocimiento sobre ellas, además de hacer lo propio con otras positivas, como la solidaridad, la participación, la atención a la diversidad o el conocimiento.
¡Prohibido el móvil!
La prohibición de acceso a la tecnología por parte de los progenitores se encuentra más cerca de un estilo de educación basado en la autoridad, donde prima una sobrecarga de normas y un exceso control y censura sobre la conducta del niño/a y en este caso sobre su aprendizaje, lo cuál, afectaría en un desarrollo saludable donde se promuevan derechos como la libertad de pensamiento, de expresión o de información.
Una norma sin justificación y sin reflexión, es decir; un “porque lo digo yo” solamente puede llevarse acabo con ciertas garantías a edades tempranas, sobre todo cuando, y esto es importante, es el propio padre o madre el que sigue haciendo un uso habitual de su dispositivo, es decir, un “yo sí pero tú no”.
La percepción de injusticia en los menores podría derivar en miedo e inseguridad o por otro lado; al rechazo de la norma, la rebeldía y la contraposición. En resumen, que tomar el camino rápido, no ha de suponer, necesariamente que sea el más corto y sencillo.
Aún logrando restringir totalmente el uso del móvil en el hogar, ¿cómo se podría controlar que el mismo menor no tenga acceso a una conexión a Internet desde cualquier otro lugar?
En ningún caso se pretende con estas reflexiones, animar a la permisividad en relación al uso de los aparatos electrónicos, ni tampoco a cualquier otro tipo de conducta en el menor, este hecho le proporcionaría una posibilidad alejarse del mundo físico a favor del virtual. No significa tampoco que lo use cuando quiera, como quiera y donde quiera, porque es cierto que los adultos somos responsables del uso que los pequeños hagan de la tecnología.
Se trata de
Hacer un uso responsable, saludable y positivo de la tecnología, para lo cuál, es primordial que los adultos se familiaricen con la misma y estén al día sobre su evolución.
Hay que promover tiempos de desconexión familiar de las tecnologías. Los padres y madres han de convertirse en los principales modelos a imitar de los menores, estableciendo momentos completamente alejados de los dispositivos electrónicos y fomentando hábitos saludables y de ocio alternativos que vayan desde almuerzos o cenas hasta actividades al aire libre ajenos de cualquier forma de ruido digital.
En el caso de los más pequeños, situar los aparatos electrónicos en lugares comunes, de paso, sobre todo cuando el menor no tiene la madurez ni la edad suficiente para gestionar por sí mismo los contenidos que puedan ser adecuados para él y preocuparse en conocer qué es lo que visita y aprende en Internet.
Practicar una navegación de acompañamiento, donde al adulto pueda opinar sobre los contenidos a los que el menor tiene acceso y debatir sobre ellos en familia.
Se trata de prepararse para comenzar un viaje de aprendizaje a través de las TIC, de manera que ambos, adulto y menor, terminen aprendiendo el uno del otro.
Es importante promover valores universales, tan importantes en el mundo virtual como en el que ocurre fuera de la red y recordar que Internet ofrece otras funciones, además de las comunicativas, por lo que se recomienda informarse a través de profesionales, o páginas Web de confianza de recursos educativos y creativos que estimulen a los más pequeños de una manera saludable.
Tal y como apuntaba Nicholas Negroponte, "La informática ya no solo trata de ordenadores, sino de la vida” y cuanto más tiempo tardemos en darnos cuenta, más tardaremos en poner en marcha una estrategia educativa consistente.
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